Han aparecido de golpe esta mañana. Un artista urbano ha restaurado ocho bancos del paseo de Gràcia con parches grafiti. “Tiritas de Modernismo 2.0”, las llama él. ¿Las heridas que ocultan? Agujeros en el trencadís más sobado por los turistas de Barcelona. Toda una metáfora –apunta el artista- del peso del turismo en masa.
[–>El suyo es un arte urbano más recriminador que las cartas de Pedro Sánchez y las canciones de Shakira juntas. Algunos de estos icónicos bancos –denuncia el restaurador callejero- llevan rotos más de un año. Así que empezó a restaurarlos “para ponerlos en valor”, justifica. “Rellenando este vacío con arte” y “creando una ruta de modernismo que pasa por delante de los edificios más importantes de la ciudad”.
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“Todo el mundo me ha preguntado si me estaba pagando el ayuntamiento por hacer esto”, se ríe. “Espero que se restauren como es debido –añade-, pero, mientras tanto, así los transeúntes los pueden disfrutar”.
No lleva sudadera con capucha. Él es un artista callejero que da la cara con nombre y apellidos: Joan Juncosa. “Yo respondo mucho por mi proyecto –se encoge de hombros-: tengo muy claro lo que hago, cómo lo hago y por qué lo hago. Y si un día me tocara dar explicaciones, las daré”. No ha tenido que dar ninguna, de momento. Su arte callejero es de quita y pon. Los parches están hechos a medida a base de espuma de polietileno. Todos encajan en sus respectivos agujeros desconchados como piezas de puzle.
[–>Artista, arquitecto, 37 años. Tiene una libreta llena de “ideas para revolucionar el mundo”. Un centenar de proyectos callejeros haciendo chup chup en su cabeza. Juncosa se estrenó en las calles de Barcelona hace tres años: entonces era #elchicodelasbaldosas de Instagram. Colgaba ‘panots’ despegables en versión grafitera. Réplicas de colores chillones sobre lienzos de 20 x 20. Llegaron a reaparecer en San Francisco, Jordania, Hong Kong, la Capadocia, hasta en los templos de Petra. ‘Baldosas por el mundo’, se llamaba el proyecto. Se convirtió en un ‘street art’ colectivo. ¿El reto? “Ayudar a redescubrir la belleza del espacio público –resumía su ideólogo-. A hacerlo más nuestro”.
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En julio del año pasado, Juncosa llenó Barcelona de coloridos urinarios activistas. Collejas en versión artística junto a rastros corrosivos de meadas. “Se ha normalizado que la ciudad huela mal”, puso entonces el dedo en la llaga. Se hizo viral en cuestión de minutos. Salió hasta en la CNN.
Es arte “brilli-brilli”, que dice él. Es su marca de fábrica. Colores chillones que te agarran de la solapa. “Para concienciar –justifica el artista-. Que la gente haga el clic”. Imposible apartar la mirada. Los transeúntes se paran en seco, ponen cara de haber visto un ovni o un videoclip de Leticia Sabater. Desenfundan el móvil y disparan a discreción antes siquiera de caer en la cuenta. “Ahhhh, ¿que estaban rotos?”. Ese es el objetivo, dice Juncosa: “Concienciar a los ciudadanos de que el patrimonio es de todos y que, si no lo cuidamos, lo perderemos”.
Hace un año que lo vio: faltaba un buen trozo de cerámica en el banco-jardinera que hay en la acera de enfrente de la Casa Batlló. “A ver si lo arreglan”, dio margen municipal. Pero pasó un año y ahí seguía, cada vez más grande. “¡No puede ser!”. Acabó inventariando todos los bancos del paseo: tanto los icónicos bancos-farola de Pedro Falqués de principios del XX como el resto de bancos-jardineras que inspiró décadas después. “Hice un análisis como si me hubiesen encargado restaurarlos de verdad”, sonríe. ¿Su conclusión? “Toca que se los miren y se los mimen –asegura-. Es mejor mirarlos ahora y no cuando estén empezando a craquelarse enteros”.
Habrá hecho más de “70 incursiones” al paseo de Gràcia en el último mes, calcula. Empezó calcando los agujeros del trencadís con papel cebolla. Dibujaba la geometría, los pintaba en el taller, los volvía a reajustar in situ. Y así un centenar de idas y venidas. “He pasado muchas horas en esos bancos”, resopla el artista. “Y no he escuchado un idioma que no sea extranjero”, lamenta. “Es una calle muy chula como para no ir nunca”. Que su arte urbano sirva -incita- “para invitar al ciudadano a recuperar el paseo de Gràcia”.
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Es una buena excusa para sortear las colas de turistas que esperan pacientemente para comprar bolsos de 5.000 euros y volver a recorrer el paseo con ojos de explorador. Se pueden encontrar parches chillones con vistas a Armani y a Loewe, pero también delante de la Casa Viuda Marfà, la Casa Batlló, la Casa Codina, La Pedrera. La milla de oro modernista. De Diputació a Provença. “Es una oda al modernismo”, asiente Juncosa. “Yo digo ‘Modernismo 2.0’, porque es poner en valor, 100 años después, eso que le dio caché a nuestra ciudad”. El trencadís de pega tiene guiños coloridos a los edificios turísticos vecinos.
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Lo dice con convicción de superhéroe: “Esto me llena. No necesito más. Te lo digo de verdad”. Ha tapado desperfectos de las aceras. Ha arreglado asientos de las paradas del bus. Ha colonizado cabinas telefónicas en desuso. Hasta ha reproducido la cabeza de un dragón. Ahí sigue: en París con Balmes. Él habla de hacer un mundo mejor. “No es tan difícil –asegura-. Las pequeñas cosas son poderosas”.
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