Bad faith and failed work, by Josep Maria Fonalleras

Con la ‘falsa bandera’ ocurre algo muy curioso. Solo funciona como tal si no se descubre, si a la ‘falsa bandera’ no podemos llamarla ‘bandera falsa’. Cuando hablamos de una acción de ‘falsa bandera’, siempre que podamos comentarla como tal, significa que la estrategia ha fallado. Es cierto que habrá servido a los intereses de los impulsores cuando más se aleje el descubrimiento de la trampa del acto en sí, pero la historia no perdona y todo (o casi todo) se acaba sabiendo. Aún discutimos sobre la autoría del incendio del Reichstag, el 27 de febrero de 1933, pero es indiscutible que el atentado, en plena campaña electoral, sirvió para consolidar definitivamente el poder de Adolf Hitler y para destruir cualquier intento de oposición. El pobre Marinus van der Lubbe, un holandés acusado de los hechos, fue ejecutado y, de rebote, recibieron palos todos los comunistas y, en general, todos los que no eran nazis. De hecho, también acabaron pagando los miembros de las SA, que determinadas fuentes asociaron con el incendio. Fueron aniquilados por las SS en la noche de los cuchillos largos. Van der Lubbe fue indultado en 2008 (¡2008!), pero antes, en 1967, en un ejercicio de cinismo judicial, un tribunal de Berlín anuló la pena de muerte por una sentencia de ocho años de prisión… treinta y cuatro años después de haber sido guillotinado. En resumen: si Göring no fue el autor intelectual del incendio, poco le faltó y, en cualquier caso, el fuego fue la excusa concluyente para la implantación total del nazismo.

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