Joan Laporta, el dicharachero presidente del Barça, tuvo dos momentos de iluminación en el Louis II, ese feo estadio de Mónaco al que ni siquiera salva su nombre de soberano. Laporta, antes de empezar el partido, se topó de morros en el palco y entre copas de vino blanco con el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos, Michael Jordan, el autodenominado Black Jesus. Y un rato después, el presidente, que continúa viviendo a su manera los mejores años de su vida, vio en directo el primer gol de Lamine Yamal en la Champions, otro ente más cercano a la divinidad que a los simples mortales. Como Laporta. Y también como el Barça de Flick, que descubrió de repente la desnudez con el que el equipo continúa deambulando por Europa.
[–>El Barcelona vivió un tormento ante el vivaracho Mónaco, que venía de darle una tunda a los azulgrana en un Gamper que, decían, no podía ser referencia de nada (0-3), y que en el estreno de la nueva Liga de Campeones volvió a dejar a los de Flick frente al matadero.
El entrenador alemán del Barcelona, malacostumbrado durante su tiempo en el Bayern a aplastar a sus rivales en Europa (llegaba con el mejor registro de un entrenador en la Champions, 16 triunfos en 18 partidos con los bávaros), vio a su pesar que el foco de Europa continúa deslumbrando a los barcelonistas. Un equipo que alzó su último trofeo continental hace ya casi una década (2015 en Berlín) y que trata de asomar otra vez en la burguesía pese a las muchas dificultades.
Más allá del amontonamiento de futbolistas en la enfermería (los últimos en asentarse fueron Dani Olmo y el reincidente Fermín), y de que Flick tenga que apañárselas con una plantilla cortísima y repleta de adolescentes, la noche se torció por culpa del error de un veterano, el capitán Ter Stegen. El portero, demasiado confiado pese a la presión avanzada de los monegascos, y quizá porque no está habituado a encontrarse de frente con Eric García (esta vez mediocentro), le pasó la pelota sin reparar en que éste tenía encima al japonés Minamino. Eric, claro, perdió el balón y no le quedó otra que llevarse por delante a su rival en una acción que le costó la roja. Sólo habían pasado 10 minutos. Nunca antes al Barça le habían expulsado a un jugador en Europa con tanta premura.
Acusó el Barcelona el golpe de lo lindo, aunque Flick, pese a ser consciente de sus escasas alternativas (no comenzó a hacer cambios hasta 10 minutos antes del final), escogió una vía muy diferente a la de Xavi cuando la temporada pasada, en el dramático derrumbe continental frente al PSG, el de Terrassa corrigió la expulsión de Araujo sacando del campo a Lamine Yamal. Flick, pese a que el equipo se le descosió por completo tras la roja a Eric, y con las líneas del campo abiertas de par en par sin que los delanteros ayudaran a los centrocampistas, ni los centrocampistas a los defensores, no tuvo la tentación de condenar a galeras a su mejor jugador.
Porque después de que el Mónaco tomara el primer gol en una acción en la que Akliouche, tan pancho, tuvo tiempo de recoger amapolas mientras se colaba entre Raphinha, Balde y Pedri, el Barça se echó a los pies de su mesías. Lamine Yamal es capaz de construir una catedral con una bota y un balón. A Vanderson le obligó a enamorarse de su sombra, y a Salisu le invitó a fijar un recuerdo, el quiebro sufrido y el latigazo seco junto al palo con el que Lamine sacó a su equipo por un rato de entre los muertos. Lugar al que luego volvió.
Qué más da que Ter Stegen, ya en el segundo acto, pretendiera ganarse el perdón con grandes paradas a Vanderson y Balogun. Pero en una noche en la que Raphinha no dio una a derechas, en la que Lewandowski vivió agotado, y en la que Casadó no podía llegar a todo, Iñigo Martínez pidió turno para apuntarse otro error fatal. Midió mal en una línea defensiva situada en el centro del campo y, cuando se dio cuenta, ya tenía al jovencito Ilenikhena ajusticiando a Ter Stegen. Al menos se libró de un penalti a Balogun, después de que el árbitro corrigiera con acierto.
[–>
Acabó el equipo de Flick sin Lamine, dolorido, sin Lewandowski, sin Pedri y con Ansu, que jugaba un año después con la camiseta de un Barça tan joven. Tan viejo.
[–>