Paul McGrath se anotó la segunda medalla para España, una plata en los 20K que se suma al bronce de Marta García en 5.000 y pasa pantalla tras el error en la marcha femenina. El atleta catalán de 22 años, de padre escocés y madre española, mantuvo un intenso duelo a partir del kilómetro 14 con el sueco Perseus Karlström. Las zapatillas aladas del nórdico fueron finalmente suficientes para doblegar al campeón de Europa sub20 y sub23, y ahora subcampeón absoluto.
Tras McGrath, el madrileño Diego García aguantó como pudo la canícula romana a orillas del Tiber y entró en decimocuarta posición.
McGrath nació en Gavà, una localidad venerada en el mundo de la marcha junto con El Prat, y la patria de María Vasco, la primera atleta española con medalla olímpica, como no, en marcha atlética.
Con atletas como el gavanense, el futuro de la marcha nacional parece asegurado, no así la continuidad olímpica de esta especialidad, especialmente dura.
Potencia mundial
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Cundió el pánico entre los marchadores cuando su estatus estuvo cuestionado y a punto de salir del programa olímpico hace tan solo un año. España es una potencia mundial en esta especialidad desde los tiempos de Llopart y Marín, los pioneros a partir de los ochenta, y en mujeres desde que María Vasco se colgara el bronce en Sidney-2000. El legado deportivo en peligro movilizó, o empujó, al inquieto Diego García Carrera a defender en público y en privado su modus vivendi, ahora desde su posición como miembro de la comisión de atletas de la Federación Internacional (WA).
No solo España e Italia presionaron. Los países latinoamericanos, con una gran tradición en la caminata como México, Ecuador, Perú o Bolivia, se sumaron al clamor por mantener la especialidad viva, a veces la única posibilidad de alcanzar la gloria olímpica para estos países. Y gracias también a ciudadanos como García, la WA y su presidente Sebastian Coe de momento han decidido prolongar la agonía olímpica de una especialidad de larga tradición. La caminata parece asegurada al menos hasta los Juegos de Los Ángeles en 2028. Una resolución que incluye el sacrificio de la extenuante prueba de 50K por un maratón de relevos mixto, dos hombres y dos mujeres, para cubrir los 42 kilómetros y 195 metros andando.
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Las grandes potencias occidentales de este deporte, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, no producen marchadores de relieve y por lo tanto no suman finales o medallas, tampoco espectadores. Miran de reojo a la única especialidad atlética subjetiva, sujeta a la buena, o no tan buena, vista del juez y su repelente paleta amarilla, en una carrera en la que el vuelo se castiga con un aterrizaje forzoso en el humillante pit lane.
El atletismo español apostó por esta especialidad desde su primera medalla olímpica, el oro de Llopart en el Mundial 78 y la plata en 50K en Moscú-80, con otro catalán como testigo, Juan Antonio Samaranch estrenando su mandato CIO que duraría 21 años, hasta que cayeron las Torres Gemelas. Desde entonces, la marcha ha sido una mina de oro para que el atletismo patrio brille en el medallero.
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Los 50K que aupó a Llopart y perpetuó a Chuso García Bragado, el hombre de mármol de esta especialidad, ya no existen. La enorme popularidad de otros deportes, golf, surf, escalada, reclaman su sitio en el gran escaparate del deporte mundial cada cuatro años, con permiso de guerras y pandemias. Y parece evidente que no caben todos, a riesgo de engordar las citas olímpicas sin límite.