Una película tan problemática como ‘El último tango en París’ no puede ser considerada una gran película; de hecho, es una película inaceptable. Lo ha afirmado hoy la directora Jessica Palud tras presentar en el Festival de Cannes el biopic ‘Maria‘, en el que recuerda la historia de la actriz francesa Maria Schneider. En 1973, con 19 años, Schneider protagonizó junto a Marlon Brando la película de Bertolucci, que la lanzó a la fama pero también destruyó su vida por razones hoy bien conocidas: la escena de ‘El último tango en París’ en la que el personaje de Brando sodomiza al de Schneider usando mantequilla como lubricante no figuraba en el guion original, y la actriz ni fue avisada de que iba a rodarse ni por supuesto dio su consentimiento al respecto.
Bertolucci y Brando -encarnado en la nueva película por un voluntarioso Matt Dillon- decidieron que, si la joven no sabía nada de antemano, su interpretación resultaría más creíble. Probablemente fueran incapaces de entender la humillación que rodarla en esas circunstancias -la sodomía fue simulada, pero la mantequilla era real- supondría para ella.
Palud, que precisamente empezó su carrera como asistente de dirección de Bertolucci en otra película de alto contenido sexual, ‘Soñadores’ (2003), construye la mayor parte de ‘Maria’ alrededor de la infame filmación, y la recreación que hace de ella transmite una convincente autenticidad. El problema es que ese episodio tiene lugar apenas pasada media hora de metraje, y lo que sucede después no es más que el relato del todo predecible de un descenso a los infiernos; y, en lugar de contextualizar ese ocaso demostrando cómo la opinión de la época contribuyó a estigmatizar a Schneider, se limita a apilar escenas en las que la joven se arrastra por la noche parisina o bien se inyecta heroína.
Pese a ello, en cualquier caso, ‘Maria’ es una obra valiosa en virtud de su mera existencia, en cuanto que estimula el debate sobre si es conveniente repensar el lugar que hemos asignado a ciertas películas en la cultura popular, y sobre qué debería estar permitido y qué no en nombre del arte.
La exquisitez de Miguel Gomes
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Como casi todo su trabajo, el nuevo largometraje del portugués Miguel Gomes es una película extraña. Primera de las ficciones a concurso presentadas hoy, ‘Grand Tour‘ está ambientada en 1917; en su primera mitad, un funcionario británico instalado en Rangún huye de su prometida recorriendo Asia, de Bangkok al Tíbet pasando por Saigón, Manila, Osaka, Shangái y Chongqing; en la segunda, la vemos a ella haciendo prácticamente el mismo recorrido; entretanto, la película alterna el color con el blanco y negro, las voces en ‘off‘ de más de media docena de narradores -cada uno en un idioma distinto- y las escenas protagonizadas por esos dos personajes con imágenes documentales contemporáneas de las ciudades por las que el relato va pasando. Una película extraña, decimos, y a la vez tan extravagante como elegante, tan épica como íntima, y tan melancólica como seductora.
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Llama la atención, considerando la exquisitez general de su filmografía, que ‘Grand Tour‘ sea la primera película de Gomes que aspira a la Palma de Oro. Sin embargo, resulta mucho más inexplicable el cariño que el certamen demuestra estar cogiéndole al brasileño Karim Aïnouz. Su nuevo trabajo, ‘Motel destino‘, dramatiza un triángulo amoroso en el interior de un ‘love hotel‘ donde el ruido de fondo de los jadeos y los gemidos nunca cesa, y entretanto parece querer reformular la propuesta de clásicos del ‘noir‘ como ‘Perdición‘ y ‘El cartero siempre llama dos veces‘, pero sus intenciones se ven frustradas tanto por su tosquedad narrativa como por la idiotez extrema de todos sus personajes. En todo caso, lo de Aïnouz tiene su mérito: su anterior película, ‘Firebrand‘, se las arregló para ser una de las peores aspirantes a la Palma de Oro de 2023, y ‘Motel destino‘ seguramente logre acabar siendo la peor de 2024.
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