Los jugadores del Girona se pusieron firmes y sonó el himno de la Champions. Quién se lo podía imaginar. Casi ciencia-ficción. Y en París, el Parque de los Príncipes, no en un campo de Suiza o Eslovaquia, por mencionar dos países de rango futbolístico menor. Un sueño salvaje hecho realidad. Hasta Míchel se puso elegante, con americana. La música premiaba la grandeza de la pasada temporada. Pero en cuanto se apagaron los acordes, al equipo le tocaba creerse su lugar en Europa. Y lo hizo. Dio la cara en un partido que se tornó en un ejercicio de resistencia suprema ante la feroz ofensiva del PSG. Y descubrió que la Champions es inmisericorde. Derrota en el último minuto por culpa del mejor jugador del equipo en el estreno, un Gazzaniga que no se podía creer su infortunio (1-0). Amargo desenlace.
Se le coló bajo las piernas al portero argentino un disparo que parecía controlado de Nuno Mendes. Fue un disparo escorado, de pase agresivo, que no debía presentar dificultades para embolsar a un cancerbero concentrado. Pero después de salvar al Girona con intervenciones de MVP de la contienda, puso los brazos flojos. Y el balón se le escurrió como si llegase untado de mantequilla. Cuánto esfuerzo roto. Cosas de la Champions. Primera lección de lo dura que es esta competición.
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El Girona comenzó responsabilizado y a la vez sobreexcitado. Era un día de emociones fuertes y hubo jugadores que respondieron mejor que otros. Enseguida sobresalieron el aplomo de Oriol Romeu (este jugador no tiene nada que ver con el que iba de azulgrana), la chispa de Bryan Gil y la jerarquía del checo Krejci en el eje de la defensa, corpulencia y toque todo junto. El más impreciso fue Stuani, el capitán este miércoles por justicia poética dictada por Míchel. Le sobró adrenalina el delantero, pero en el juego asociativo se le vio nervioso.
Soltar nervios
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El PSG atacó más de saque. Con Barcola había que estar atento. Encima tuvo a Arnau, que recuperó la titularidad en un escenario inexplorado. Para él y para todos. Mantuvo de inicio al Girona encerrado en la cueva. Daba miedo sin arrollar con ocasiones peligrosas. Y el equipo catalán se fue soltando paulatinamente, desprendiéndose de los nervios, y decidió mostrar personalidad. Trató de adaptarse al partido y a la Champions como le debió gustar a su entrenador, apropiándose del balón, no renunciando a la posesión, no dejándose intimidar por un gigante del continente. Solo le faltó intentar hacer cosquillas en la otra área, en la portería que defendía el ruso Matvei Safonov, sustituto del lesionado Donnaruma.
Hubo que esperar para ver algo de eso a la segunda parte, que empezó a ritmo de heavy metal. Hubo un par de centro de Miguel a Stuani que excitaron a los 900 aficionados catalanes en París. Pero los guitarrazos más temibles procedieron de los franceses. Dembélé en particular se convirtió en un demonio.
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Una escapada suya, camino de un mano a mano con Gazzaniga con pinta de condena, fue salvada por la punta de la bota por Krejci, que le compitió una larga carrera con la fe de un fanático. La jugada defensiva del año. Sin duda. Y luego se vio la parada del año, de Gazzaniga, a latigazo del mismo Dembélé. Pareció un truco de magia la forma en que llegó a poner la mano en la cruceta y despejar el balón.
Dos jugadas que fueron la antesala de un periodo extenso de exuberancia francesa y agonía gironina. El sufrimiento fue mayúsculo. Con los cambios, el equipo de Luis Enrique se apropió del partido. Al Girona le duró muy poco el balón. No enlazó pases, no encontró salidas. Cuando se habla de calvarios, en Girona podrán acordarse de lo sucedido en el Parque de los Príncipes. Qué largo se le hizo el partido.
Las oportunidades de gol se sucedieron. Pero oportunidades flagrantes, de las que deberían contar como dos en las estadísticas oficiales. Hubo 24 ocasiones para el PSG y solo 3 para el Girona. Fallaron Kolo Muani, Hakimi, el mismo Dembélé… O acertó Gazzaniga, que realizó un partido monumental. De porterazo nivel mundial. Hasta la pifia tan inexplicable como inesperada.
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Se desesperó él, se desesperó todo el equipo, todos los aficionados, todos los directivos. Tanto aguantar, tanto sufrir, y caer en el estreno de una forma así de cruel. Las cámaras enfocaron al cancerbero al concluir el partido. Debía ser para homenajear su actuación. Fue al final por una acción desgraciada. La Champions es así de traicionera.
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