En los tiempos en que el Sónar nacía, 31 ediciones atrás, a la música electrónica en su conjunto solíamos llamarla techno, así en general, y la sesión que apuntaló la noche final de este sábado respiró algunas de aquellas resonancias a través de una figura contundente, Paul Kalkbrenner, primer espada de la escena alemana. Algo más que un ‘set’ de ‘dj’, revivió la pegada arrolladora de un estilo con poder para seguir sacudiendo a multitudes como las que ocuparon el recinto de Fira Gran Via.
El Sónar cerró con una jornada en la que se enfatizaron los extremos tan propios del festival. En el recinto nocturno, Kalkbrenner encarnó la versión más física de la cultura electrónica. Admirador del bautismal techno de Detroit desde que era un adolescente, en los 90, este berlinés nacido al otro lado del muro acudió a temas fetiche de su obra, como ‘Graf zahl’ o ‘Sky and sand’, en un pase en el que confió en su rostro desnudo, reproducido las pantallas con todas sus expresiones y muecas, como principal activo audiovisual.
Ecos de electroclash
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En las sesiones de tarde en Fira Montjuïc también hubo espacio para la electrónica más agitadora, empezando por una Kittin (o Miss Kittin) que, emparejada David Vunk, sometió el Village a una rica sesión de brochazos con reminiscencias de electroclash y municiones como ‘Niteclub skool’. También ahí, tralla lúdica servida por el rapero ‘entertainer’ estonio Tommy Cash, musicalmente situado más cerca de King Africa que de las dichas músicas avanzadas.
En el terreno del puro aquelarre estuvo el aparatoso bombeo de ‘beats’ del Lee Gamble, salpicado por voces generadas con IA. Un ‘set’, titulado ‘Models’, cargado de pretensiones intelectuales (se presentaba con una de esas frases tan admirables: “la idea del aprendizaje, el mimetismo y el intercambio de señales físicas e información como base de la narrativa y el movimiento en general”), al fin y al cabo, una sesión tribal con acrobática cobertura de las bailarinas dirigidas por la coreógrafa sevillana Candela Capitán.
Alopecia sintomática
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Más sustanciosos fueron los temblores de tierra causados por Abhir, rapero canario de raíces indias, en cuyo disco ‘Brown boy’ nos habla de desenamoramientos y angustias existenciales (motivo de la alopecia, “del pelo y de la barba”, que sufrió durante la grabación, según contó). Verbo dominador sobre graves gruesos y guitarras casi doom metal, con el concurso lírico de una grácil bailarina.
A algunos kilómetros mentales, el auditorio SonarComplex fue el hogar de las creaciones más sutiles. Ahí brilló Natural Wonder Beauty Concept, recontra-irónica marca de la californiana Ana Roxanne y Dj Pathon en una propuesta que fundió la serenidad vocal, susurrante incluso, y la disrupción electrónica. Un ‘ambient’ muy evolucionado, el suyo, ensoñador, pero con inventiva rítmica, incluyendo apropiaciones del patrón reguetonero con distante tacto clínico.
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Pero la actuación más suculenta, y más esquiva a la clasificación, llegó con la estadounidense Laurel Halo, presentando el álbum ‘Atlas’. Su piano y sus láminas y drones de sintetizador, en cruce funambulista con el violoncelo de Leila Bordreuil, crearon un efecto de telaraña del ultramundo, o de umbral del otro lado del espejo. Tramas melódicas y atonales, acogedoras y espectrales, en las que Halo quiso conectar con nuestras incomodidades sin despegarse de la belleza. Auditorio merecidamente lleno para un concierto que se escapó de las coordenadas comunes y que puso muy arriba el listón en este Sónar 2024.
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