Pasan los años y los conciertos de Patricia Lee Smith siguen siendo un incendio de origen desconocido que devora escenarios y corazones. Sin la arrogancia juvenil de los inicios, pero con la pasión intacta. En su enésima visita a los jardines del Palau de Pedralbes (esta vez bajo la marca del festival Les Nits de Barcelona), la cantante y poeta estadounidense reivindicó una vez más su lugar entre la realeza de la música popular con una actuación de altísimo voltaje emocional y político, a medio camino entre la apoteosis rock, la lección magistral y la ceremonia chamánica.
Secundada con brillante solvencia por un trío fomado por su hijo Jackson Smith (guitarra), Tony Shanahan (bajo, teclados y coros) y Seb Rochford (batería) y haciendo gala de su proverbial dominio escénico (esas manos como pájaros), Patti salió a comerse la noche ya desde el principio, con una feroz interpretación de ‘Summer cannibals’, a la que siguieron el lúbrico reggae-rock de ‘Redondo Beach’, de su legendario primer álbum, y la invocación ritual de ‘Ghost dance’, que ofrendó a “toda la gente que se ve obligada a abandonar su tierra”. Inmediatamente después llegó la ineludible cita a Bob Dylan, esta vez en forma de versión abreviada de la muy poco obvia ‘Man in the long black coat’, un modo de recordarnos que ella es la más fiable guardiana de la memoria de esa estirpe de rockeros poetas que hoy parece condenada a la extinción.
La tristeza y el éxtasis
[–>
Después de ‘Cash’ y ‘Nine’, esta con dedicatoria al promotor barcelonés Gay Mercader, que fue el primero en traerla a la ciudad, volvieron las apropiaciones de material ajeno con una sorprendente lectura del ‘Summertime sadness’ de Lana del Rey, que Patti presentó como un tributo a su difunto marido, Fred ‘Sonic’ Smith (que fuera guitarrista de MC5); un remanso de calma y melancolía antes de que el arrebato de ‘Because the night’, ese himno al amor que parece tener en custodia compartida con Bruce Springsteen, desatase un jubiloso éxtasis entre el público. En este punto, la cantante se retiró del escenario para dar una tregua a su por otro lado espléndida voz y dejó que los músicos mantuvieran viva la hoguera con una pirotécnica versión del ‘Fire’ de Jimi Hendrix.
[–>
Inaugurando el tramo final, un clásico de belleza inmarcesible como ‘Dancing barefoot’, una emocionante revisión de ‘Peaceable kingdom’, con diatriba en defensa del pueblo palestino (y gritos de “Free Palestine” en las gradas), y el escalofrío apoteósico de ‘Pissing in a river’, para desembocar en ‘About a boy’, canción de homenaje póstumo a Kurt Cobain con final incandescente, y en una catártica interpretación del nirvanesco ‘Smells like teen spirit’, con Patti Smith, desbocada, reivindicando el espíritu adolescente desde sus majestuosos 77 años ante un público entregadísimo que hacía rato había abandonado la posición sedente. El bis, con una ‘Gloria’ tan arrolladora como hace 49 años (un rarísimo prodigio), resultó tan previsible como altamente satisfactorio. “Bebed agua y que Dios os bendiga’. Os queremos”, gritó a modo de despedida. Que vuelva cuanto antes.