Reconciliation in times of elder abuse

Hay horrores domésticos que pasan ante tus ojos solo cuando le suceden a otro: la policía los revela, una vez resueltos, o te cuenta un vecino o conocido que a alguien cercano le sucedieron. Son un tipo de horror que siempre tiene a un vulnerable por protagonista, personas de edad avanzada que se han vuelto confiadas, que no tienen capacidad de respuesta, que son un blanco fácil para el robo y el engaño. El daño que sufren no es menor: pueden ser ingenuas y quizá ni siquiera sufren lesiones, en estas acometidas delictivas, pero el dolor que causa sentirse con tal indefensión es hondo y despreciable. Las estafas y robos a personas ancianas crecen porque cada vez hay más, y están desprotegidos. En Barcelona y Sant Adrià han detenido estos días a una mujer que era ella sola responsable de siete robos con violencia cometidos en apenas una semana: simulaba pedir limosna por los rellanos de los edificios y cuando quien abría la puerta era una persona mayor, la asaltaba para conseguir joyas o dinero. “No abras la puerta cuando estés sola” es ya un mantra que repetimos a nuestras madres o abuelas, “no cojas el teléfono fijo” también, ahora que hay tanto fraude telefónico. Me pregunto cómo se apañan las compañías de servicios para abrirse paso en asistencias y revisiones necesarias en los hogares, ahora que hemos perdido la confianza hasta en los inspectores del gas uniformad0s, de tan sofisticados que se han vuelto los fraudes.

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