No hay un ningún espacio político más complejo y caleidoscópico que el de la antigua Convergència que, excepto el nombre, mantiene todavía intacto su inconfundible ADN y parte de su electorado. Hace unos días pasó casi inadvertido un hecho de gran trascendencia para entenderlo en toda su dimensión, cuando Jordi Pujol proclamó públicamente su apoyo a la candidatura de Junts. El gesto del expresident no es un hecho aislado, es la culminación de un proceso de restitución de su figura pública, que hace meses que se cocina lentamente, como un buen guisado. El primero en iniciar el ‘chup chup’ fue Xavier Trias invitando a Pujol al acto central de su campaña para las municipales, en la que enterró debidamente la palabra independencia para poder captar con astucia votos desde todos los espacios.
El método patentado por Trias ha sido debidamente calcado por la hábil y muy bien diseñada campaña de Puigdemont, en la que los días históricos han sido disimuladamente desplazados en favor de la gestión. No es ninguna casualidad que el propio Pujol rematara su apoyo con esta sentencia: “Votaré a Puigdemont porque es lo más cercano a lo que fue Convergència”. Y es que poco a poco se cierra el viejo círculo del pujolismo, es decir, del partido que un día fue el ‘pal de paller’ y que lucha por volverlo a ser. Sin embargo, antes de certificar este particular regreso al futuro, vale la pena un breve recordatorio de los hechos a modo de pie de página. Porque, ahora que oficialmente se ha decidido que Jordi Pujol deje de ser un apestado, vale la pena recordar que, tras su famosa confesión, quien se tiró a su yugular a toda velocidad y con toda la crueldad fue, más que la oposición, su propio partido. Vale la pena recordar que fue el entonces president de la Generalitat Artur Mas el que tardó pocas horas en presionar y pactar con Pujol que este renunciara a todos los privilegios, incluída la condición de ‘Molt Honorable’. Vale la pena recordar que fue el propio Xavier Trias el que declaró aquel célebre julio de 2014 que “Jordi Pujol lo que tiene que hacer es desaparecer y renunciar a todo”. Vale la pena recordar que fue la mismísima Convergència la que votó su autoinmolación y decidió su propio cambio de nombre para enterrar en el peor de los olvidos el recuerdo de su líder, del que ni siquiera reivindicó su legado político durante esta larga travesía del desierto. Y vale la pena recordar que todo el posterior giro ideológico, liderado por el propio Puigdemont dentro de aquel PdeCat hoy desaparecido, estuvo destinado a desacreditar la vieja política convergente, ridiculizar el ‘peix al cove’ y lanzarse al nuevo independentismo en contraposición al caduco autonomismo de Pujol.
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Últimamente, algunos viejos dirigentes de la vieja Convergència, como el propio Artur Mas, se atreven a lamentar en público que se haya maltratado al viejo president. Perdonen, pero si Jordi Pujol ha pasado esta última década medio escondido, sin cargos ni honor en un despacho triste y anónimo, sin más visitas que la de un reducto grupo de fieles, ha sido por el ostracismo al que le enviaron los suyos. Digámoslo ya con la perspectiva del tiempo: a Jordi Pujol lo mataron los convergentes y ‘juntaires’, los mismos que ahora lo quieren resucitar por conveniencia electoral. Que ya sabemos que la política no tiene memoria, pero a veces está bien que no nos dejemos tomar el pelo.