Hablar de un kit de supervivencia para tener en casa puede sonar a peliculero o exagerado. Yo me quedé en aquello del botiquín con agua oxigenada, alcohol, tiritas y algo de algodón. Pero esta semana ha sido el gobierno de Reino Unido, con luz y taquígrafos y en la voz de su viceprimer ministro, Oliver Dowden, quien ha liderado la conversación sobre las medidas a tener listas para un nuevo susto global, llamémosle pandemia o guerra. Dowden centró su discurso del 22 de mayo en la London Defence Conference en la resiliencia, y abordó todas las amenazas pasadas y también las latentes que afronta la humanidad para dar un punto de referencia sobre el que ponerse manos a la obra.El kit de supervivencia que plantea que deberíamos tener todos en nuestras casas está preparado para cortes de suministros energéticos, también para riesgos biológicos. En su abordaje general de las catástrofes imaginadas se ha olvidado del calor, o quizá no: el combate del calentamiento global es muchísimo más complejo.
Lo hemos visto con las primeras advertencias ya esta semana sobre el aumento de temperaturas y sus efectos en las aulas escolares. Barcelona ha puesto en marcha el plan Clima Escola Barcelona con un presupuesto que se nutre de la recaudación de la tasa turística para garantizar, con el horizonte 2030, una mejor climatización de las instalaciones donde se imparte clase a los niños: edificios antiguos, ventanas con mala hermetización, aparatos de aire acondicionado insuficientes son la tónica en momentos en los que las previsiones de olas de calor se cumplen año tras año hace demasiado. El modelo necesita un tiempo para implantarse y son medidas urgentes las que se piensan contrarreloj, pero además debería extenderse a todo tipo de instalaciones, con especial prioridad a las que alojan a personas vulnerables. Es una prioridad absoluta de alcance mundial en un momento en que las apuestas verdes de los grandes partidos en liza en estas elecciones europeas se tambalean. El impacto del calor en la salud está más que cuantificado. El calor extremo en verano disparó en la última década un 10% las hospitalizaciones. Las olas de calor ya se establecen como emergencia médica en los hospitales. El calor extremo puede ser la nueva normalidad, pero no por ello debe dejarse de combatir con recursos ordenados y planificación.
Otras elecciones en el otro lado del globo, en India, han dejado a millones de niños sin colegio por las temperaturas disparatadas que azotan el país. Los colegios no están preparados, y las autoridades también trabajan en planes para renovar las infraestructuras y adaptar toques de queda de calor para momentos concretos. Morir de calor dejó de ser una forma de hablar, y las dolencias relacionadas afectan tanto al asma como a la ansiedad, problemas coronarios, agravamiento de dolencias mentales, en todas las edades. Poblaciones como Ahmedabad, con unos 8,5 millones de habitantes y músculo económico e industrial, lucha hace tiempo en varios frentes tras sufrir demasiado a menudo temperaturas de 45 grados: fue de las primeras en instaurar la pintura anticalórica en los edificios, o seguros laborales para que los trabajadores no pierdan sus ingresos si deben parar de trabajar un día que el calor es insoportable.
La ciudad india fue también pionera en asumir las alertas de calor ciudadanas, un instrumento parecido al que va a implementar ahora Catalunya con su sistema de avisos por calor nocturno, en coordinación entre el Servei Meteorològic de Catalunya (SMC), la Agencia de Salut Pública y Protecció Civil. Las noches tropicales no bajan de los 20 grados, pero vamos a conocer pronto las noches al rojo, en que no se bajará de los 30, y la población debe estar preparada.
Otras ciudades que están levantando el pavimento de sus calles, para mitigar el efecto de isla de calor que aumenta las temperaturas en espacios donde se concentra material que amplifica su impacto, como hace años ya enseñaron el camino ciudades norteamericanas como Portland y Chicago, una de las promotoras de las vías verdes que han llegado hasta nosotros: la ciudad norteamericana invirtió ya hace 10 años 14 millones de dólares en liberar de pavimentos 3 kilómetros de superficie de una de sus avenidas principales.
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Cada ciudad es un laboratorio de ideas y una trinchera contra la crisis climática, inspiración para avanzar juntas ante el reto global que afrontamos como humanidad
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